El título del presente artículo no
está relacionado con el número de espectadores que acude a las salas de cine
españolas, sino con un proceso anterior y obligatorio en el estreno
cinematográfico, videográfico o televisivo de cualquier largometraje, y por el
que siempre he sentido una enorme curiosidad. Me estoy refiriendo al sistema de
calificación por edades, pensado para orientarnos -ya sea a la entrada del
cine, en la carátula del DVD o el Blu-ray, o en la parte superior derecha de
nuestro televisor- sobre el contenido de la cinta que nos disponemos a visionar,
solos o en compañía; es algo que se aplica en muchos otros ámbitos, pero aquí
nos centraremos en el séptimo arte.
Lo mejor es poner un ejemplo. A continuación pasaré a describir una escena de Amor y otras drogas (2011): “Una mujer y un hombre entran en un apartamento besándose apasionadamente. El hombre le arranca los pantalones e introduce la mano en sus bragas. Vemos la mano de él presionando su entrepierna. Ella gime”. Se trata de una película no recomendada para menores de siete años en España; uno de los requisitos establecidos para que una cinta obtenga dicha calificación es el siguiente: “Las escenas y el lenguaje con contenido erótico o sexual no superarán el límite de lo que el público de esta edad puede ver o escuchar cotidianamente en un entorno social convencional”…
Lo mejor es poner un ejemplo. A continuación pasaré a describir una escena de Amor y otras drogas (2011): “Una mujer y un hombre entran en un apartamento besándose apasionadamente. El hombre le arranca los pantalones e introduce la mano en sus bragas. Vemos la mano de él presionando su entrepierna. Ella gime”. Se trata de una película no recomendada para menores de siete años en España; uno de los requisitos establecidos para que una cinta obtenga dicha calificación es el siguiente: “Las escenas y el lenguaje con contenido erótico o sexual no superarán el límite de lo que el público de esta edad puede ver o escuchar cotidianamente en un entorno social convencional”…
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Amor y otras drogas (2011)
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Otro ejemplo, esta vez de la
película El pacto de los lobos
(2001), emitida hace unos días por televisión en la sobremesa del fin de semana
-en un horario similar se emitió Amor y
otras drogas (2011) meses atrás-: “Una mujer, ya ensangrentada y en shock,
es golpeada contra una roca repetidas veces hasta que muere”. En este caso,
hablamos de una cinta no recomendada para menores de doce años en España: una
calificación pensada para aquellas cintas en las que “no se incluyen escenas
visualmente detalladas de crueldad”. La culpa, evidentemente, no es de las cadenas
de TV, sino de la comisión encargada de calificar ambos largometrajes antes de
su llegada a los espectadores.
Quienes me conocen saben que no soy precisamente mojigato, ni una persona que se escandalice fácilmente con la violencia en cualquier tipo de ficción; también debo aclarar que este artículo no tiene nada que ver con el terrible suceso de La Sagrera: es más, me repugna la manía que tienen los medios de demonizar el cine, las series, el rol y los videojuegos -a todos los cuales soy o he sido un gran aficionado-. Pero, si tenemos un sistema de calificación por edades, unos parámetros y un comité encargado de su gestión, ¿por qué tengo la impresión de que -para variar- alguien no hace su trabajo?
Quienes me conocen saben que no soy precisamente mojigato, ni una persona que se escandalice fácilmente con la violencia en cualquier tipo de ficción; también debo aclarar que este artículo no tiene nada que ver con el terrible suceso de La Sagrera: es más, me repugna la manía que tienen los medios de demonizar el cine, las series, el rol y los videojuegos -a todos los cuales soy o he sido un gran aficionado-. Pero, si tenemos un sistema de calificación por edades, unos parámetros y un comité encargado de su gestión, ¿por qué tengo la impresión de que -para variar- alguien no hace su trabajo?
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El pacto de los lobos (2001)
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Publicado en La Voz de Almería, 24-4-2015