Basada en la historia corta de Edgar Allan Poe del mismo nombre, La caída de la casa Usher (1928) es sólo una de las numerosas producciones cinematográficas que han tomado como punto de partida dicho relato, siendo quizás la más popular aquella protagonizada por Vincent Price y dirigida por el ‘rey de la serie B’ Roger Corman -este último responsable a su vez de otras propuestas fílmicas inspiradas en la obra de Poe como El péndulo de la muerte (1961), La máscara de la muerte roja (1964) o La tumba de Ligeia (1964)-; la lista completa de adaptaciones de ‘La caída de la casa Usher’ es extensa y de hecho en 1928 se estrenó incluso otra película basada en el mismo texto a cargo de James Sibley Watson y Melville Webber, en realidad un cortometraje de trece minutos. Pero la historia de la familia Usher no sólo ha servido de inspiración al séptimo arte, sino que ha dado lugar también a un amplio repertorio de teatralizaciones, dramatizaciones radiofónicas, composiciones operísticas y piezas musicales. Por lo que respecta a la película que nos ocupa, su responsable fue Jean Epstein, un reputado director, teórico de cine, novelista y crítico literario de origen ruso pero afincado en Lyon (Francia) desde su época universitaria; Epstein contó con la ayuda de un por entonces desconocido Luis Buñuel, quien ya había trabajado -entre otras cosas- como asistente de producción en su anterior película, Mauprat (1926). Décadas después, el futuro director de Los olvidados (1950) o Belle de jour (1967) contaría en sus memorias varios detalles sobre su participación en el rodaje de La caída de la casa Usher (1928):
“Epstein
(…) me tomó en calidad de segundo ayudante. Hice todos los interiores que se
rodaron en [el estudio de cine] Epinay. (…) La noche en que se terminó el
rodaje de interiores (…) Epstein me dijo: ‘Quédese un momento con el operador.
Va a venir Abel Gance a hacer unas pruebas a dos muchachas y me gustaría que le
echara una mano’. Yo, con mi brutalidad habitual, le respondí que era ayudante
suyo, pero que no tenía nada que ver con Monsieur Abel Gance (…). Añadí que
Gance me parecía ramplón. Entonces Jean Epstein me respondió (…): ‘¿Cómo se
atreve un pequeño idiota como usted a hablar así de un director tan grande?’.
(…) Yo no participé en el rodaje de exteriores de ‘La caída de la casa Usher’.
No obstante, al poco rato, (…) Epstein me llevó a París en su coche”[1].
La caída de la casa Usher (1928)
El guión del film -adaptado por
Buñuel y escrito por Epstein- mantiene el corpus argumental del texto original
de Poe, pero al mismo tiempo introduce ciertas variaciones: se añaden
situaciones inéditas, como aquella secuencia en la que Allan pregunta en una
posada sobre la ubicación de la casa Usher o la que muestra a varios de los
personajes transportando un ataúd a través de hermosos parajes; la hermana de
Sir Roderick Usher pasa a ser directamente su mujer y se obvia la enfermedad de
él para centrarse en la de ella; la protagonista femenina del relato es aquí
enterrada por el médico y un sirviente en vez de por Sir Roderick y su viejo
amigo; se apuesta por un final alejado de la conclusión original del relato; y
se introducen varios homenajes a la obra literaria del escritor bostoniano -la
lápida con el nombre de Ligeia inscrito en ella o la obsesión del hombre por la
muerte de su amada, tan presente en muchos de sus escritos-, así como al
‘Dorian Gray’ de Oscar Wilde -el cuadro que absorbe la esencia vital de la
persona retratada-. Sí que se mantiene, no obstante, uno de los segmentos más
famosos del texto original: el momento en el que, durante una noche de
tormentas, su amigo de juventud lee a Sir Roderick un cuento medieval sobre
caballeros y dragones, el cual parece tener mucho que ver con los
acontecimientos que les rodean; en este sentido, durante la secuencia que narra
dicha situación se introducen varios cuadros de texto, en los que se reproducen
extractos del cuento inventado por Edgar Allan Poe.
Al margen de la impecable labor
actoral de todo el reparto -destaca especialmente la de Jean Debucourt, cuya
interpretación de Sir Roderick Usher le permite recorrer un amplio abanico de
emociones- y de los impresionantes decorados de la casa que da nombre a la
película, son tres los aspectos que convierten a La caída de la casa Usher (1928) en una obra maestra del cine mudo.
En primer lugar, la obsesión por los detalles: en determinados momentos a lo
largo de la película -y precisamente a través de ‘planos detalle’- se nos
muestran de cerca la misteriosa bruma que rodea la casa Usher, una mesa de
madera llena de velas cuya cera se ha derretido por todo el mueble, un péndulo
en perpetuo movimiento, los mecanismos del interior de un reloj, etc.; imágenes
que nos introducen de lleno en el universo de locura en que transcurre la
historia. En segundo lugar, la utilización del montaje como herramienta para
desconcertar al espectador: cuando Allan llega a la casa Usher, se nos muestran
alternativamente un gran plano general de la estancia principal, un plano
cerrado de la espalda del cochero que le ha llevado hasta allí, un plano general
del carromato alejándose, otro gran plano general de la estancia vacía, un
plano detalle de una tumba donde puede leerse ‘Ligeia Usher’, etc.; y más tarde
-por citar sólo otro ejemplo-, mientras Sir Roderick toca su guitarra se nos
muestran diversos planos del instrumento, del río y de otros paisajes por medio
de un montaje cada vez más acelerado. Por último, cabe destacar el uso del
ralentí, que ayuda a convertir el visionado de la película en algo muy parecido
a experimentar un mal sueño; de esta forma, varios momentos del film nos son
mostrados casi a cámara lenta: la mujer de Sir Roderick desmayándose sobre un
sillón, la subida de un ataúd por las escaleras de la casa, el instante en que
Sir Roderick vuelve su rostro para ver por última vez el ataúd de su amada, el paso de las páginas de un libro, etc.
La caída de la casa Usher (1928)
La
caída de la casa Usher (1928) contiene varias situaciones
típicas del clásico relato de terror gótico: la misteriosa presentación del
personaje de Allan a su llegada a la posada y la atemorizada reacción de los
parroquianos allí reunidos cuando aquel les pregunta por la casa Usher; la
negación del cochero a continuar su camino una vez que han llegado hasta el
brumoso pantano que rodea el siniestro edificio; etc. Pero es en los momentos
de corte surrealista cuando el film alcanza sus cotas más altas, dando lugar a
estampas de auténtica pesadilla: la escena en que Madeleine Usher posa para su
marido está repleta de planos borrosos e imágenes superpuestas; este último
recurso vuelve a utilizarse en otra secuencia en la que varios de los
protagonistas trasladan un ataúd, superponiéndose durante todo el recorrido la
imagen de unas velas alargadas; asimismo, una vez que el féretro es depositado
en la cripta tiene lugar un montaje de imágenes absolutamente desasosegante, en
el que se van alternando planos de los clavos siendo amartillados sobre el
ataúd, un búho expectante y dos ranas apareándose… Epstein también logra transmitir
miedo y angustia colocando la cámara en posiciones poco habituales: cuando
Madeleine Usher se derrumba y su marido la transporta en sus brazos, la cámara
nos muestra el rostro desencajado de Sir Roderick con planos muy cerrados o
desde la parte trasera de su cabeza; y durante la secuencia en la que el ataúd
es transportado hasta la cripta, la cámara adopta todo tipo de posiciones
extrañas e incluso se mueve de arriba abajo, acompañando el bamboleo del féretro
-un ‘paseo en ataúd’ que poco tiene que envidiar al de la futura Vampyr (1932), de Carl T. Dreyer.
Mención especial merecen las
últimas escenas del film, ya que a día de hoy siguen poniendo los pelos de
punta -casi noventa años después de su estreno cinematográfico- y se han
erigido por derecho propio en uno de los desenlaces más impactantes de la
historia del género: Allan intenta leer un libro en medio de una tormenta; las
cortinas de la casa comienzan a tomar vida propia; la cámara nos muestra
montones de hojarasca deslizándose por el suelo -un plano digno del mejor Sam
Raimi-; una ventana se abre de forma sorpresiva; Allan lee a Sir Roderick un
cuento para que ambos puedan distraerse y mientras, dentro de la cripta, el
ataúd se cae de su pedestal y el vestido de la difunta comienza a asomar de
forma lenta y agonizante por detrás de una pared… Ya en los minutos finales de
metraje, las imágenes para el recuerdo cinéfilo se amontonan una detrás de
otra: los libros y las armaduras del interior de la casa caen al suelo a cámara
lenta; el rostro de Sir Roderick parece poseído por una extraña felicidad; se
nos muestra a Madeleine acercándose al edificio, con su cara tapada por el velo
debido al fuerte temporal; finalmente, la mujer se interna en la casa Usher con
un movimiento a medio camino entre el vampiro de Murnau y los zombies de George
Romero, antes de que el edificio se derrumbe en medio de un incendio
destructivo y purificador a partes iguales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario