viernes, 14 de agosto de 2015

Terror gourmet (VII): 'Vertige' (2009)


Hasta el momento única incursión de Abel Ferry -curtido en ‘Las noticias del guiñol’ francesas- en el campo del largometraje, Vertige (2009) mantiene la dinámica vista en muchas de las películas de terror estrenadas en los últimos tiempos y en las cuales un grupo de jóvenes se dispone a salir de viaje o excursión para luego verse sorprendidos por algún tipo de amenaza exterior. A este respecto, la cinta se compone de dos segmentos perfectamente diferenciados: la primera mitad nos presenta a los cuatro protagonistas de la historia y nos muestra su particular expedición por las montañas del Parque Nacional de Risnjak (Croacia), durante la cual experimentan todo tipo de contratiempos logísticos, personales y grupales; la segunda mitad, por su parte, está centrada en cómo estos mismos personajes son asediados por un misterioso cazador del que no eran conscientes hasta ese momento. Una de las principales influencias del film es The descent (2005), aquella obra magna de la claustrofobia dirigida por Neil Marshall en la que seis amigas emprendían una expedición de espeleología que acababa convertida en una auténtica pesadilla subterránea; en Vertige (2009) los personajes se mueven en dirección contraria -hacia arriba y no hacia abajo-, pero las similitudes son constantes a lo largo del metraje: la foto grupal del principio, el trauma recurrente de uno de los personajes, el momento en que se descubre que uno de los principales obstáculos de los protagonistas había sido previsto ya de antemano por uno de ellos…

Durante sus primeros treinta minutos, el film de Ferry se sirve de la espectacularidad que rodea al mundo de la escalada de montaña para mantener enganchado al espectador: los preciosos paisajes croatas que sirven como escenario principal de la historia, las clásicas escenas en que se describen los entresijos técnicos de este deporte, las siempre fascinantes cuerdas y aparejos que rodean a los escaladores en su ascenso; etc. Como es natural, Vertige (2009) no se limita a mostrar estos aspectos y se aleja del estilo documental introduciendo todo tipo de dificultades en el camino de los protagonistas: uno de los personajes no hace más que recordar una situación traumática de la que intenta olvidarse y otro sufre de vértigo -la histriónica interpretación del actor puede hacer pensar en la sobreactuación, pero quien haya experimentado algo parecido a una fobia sabrá que el resultado es bastante realista-; el regreso de un exnovio provoca un triángulo amoroso lleno de celos y roces que pone en peligro la expedición en numerosos momentos; y conforme avanza la escalada los protagonistas deben hacer frente a un tramo sin cuerdas o a un puente que no aguanta muy bien las sobrecargas. Sin embargo, la atropellada presentación de los personajes, la nula tridimensionalidad de los mismos, el más que cuestionable carisma de algunos de los miembros del reparto y un tratamiento cinematográfico que se acerca peligrosamente al cine amateur, quedan a años de luz de la mencionada The descent (2005) o del tramo introductorio de otra película de corte muy similar a la que ahora comentamos, A Lonely Place to Die (2011).   

Vertige (2009)


La secuencia más inspirada de Vertige (2009) es quizás aquella en la que el género de terror y el maquillaje sangriento hacen su primera aparición: durante la misma, varios personajes intentan zafarse de una caída mortal desde una de las paredes de la montaña, mientras otro se enfrenta a una de las trampas del enigmático antagonista, cuyo rostro no conoceremos hasta el último tramo del metraje. A partir de ese momento, la historia abandona los toques de aventura y se centra en las penurias del grupo protagonista en su afán por salir vivos de la montaña y por averiguar el paradero de aquellos que van siendo neutralizados; el planteamiento estético de la cinta también es radicalmente distinto en esta segunda mitad del metraje, dado que los soleados paisajes dejan paso a una gran cantidad de escenas nocturnas y/o rodadas en interiores. El resultado final es entretenido y contiene algunos enfrentamientos físicos meritorios, además de beneficiarse de una banda sonora funcional pero resultona a cargo de Jean-Pierre Taieb -Frontierè(s) (2007) o The Divide (2011)-, pero está desprovisto de sorpresas para los aficionados al género; la película parece esforzarse, eso sí, por confundir al espectador en lo que se refiere a su identificación con los personajes, los cuales van alternando conductas egoístas y heroicas cada pocos minutos, y se van turnando el estatus de ‘protagonista’. En cualquier caso, la poca entidad de estos últimos, la permanente sensación de déjà vu y una más que evidente falta de estilo juegan en contra de Vertige (2009) y la convierten en una propuesta de escaso recorrido en la memoria cinéfila.

viernes, 7 de agosto de 2015

Terror gourmet (VI): 'Peur(s) du noir' (2007)


Peur(s) du noir (2007) -‘Miedo(s) de la oscuridad’- está dirigida por un grupo de reputados dibujantes, ilustradores y artistas gráficos procedentes de distintos países y hasta entonces sin demasiada relación con el mundo cinematográfico. El film está compuesto por varias historias animadas en blanco y negro, cada una de ellas con un sello estético muy particular: una de ellas imita el dibujo en carboncillo, otra parece un cómic en movimiento y hay incluso un segmento en el que solo se nos muestran formas geométricas. A pesar de que no tienen un nexo argumental común, todas comparten el ‘miedo’ como eje temático y a lo largo de ellas se abordan aspectos como el terror a la oscuridad o a lo desconocido, el mundo de las pesadillas, la naturaleza de nuestras fobias, las consecuencias de la violencia o los recuerdos de juventud. Recibida positivamente por la crítica en el momento de su estreno -aunque desde ciertos sectores se le achacó ser no tanto una propuesta terrorífica para todo tipo de público, como una exhibición de talento artístico destinada a una audiencia muy minoritaria-, Peur(s) du noir (2007) contiene dos segmentos que, sin servir en última instancia como hilo conductor, sí que profundizan en la temática central del film y se desarrollan entre cada uno de los cortometrajes: a lo largo de la película somos testigos de cómo los cuatro perros de caza -uno por cada historia- de un sádico marqués del siglo XVIII atacan salvajemente a diversos individuos; y también escuchamos por trozos el monólogo de una mujer que habla sobre sus fobias cotidianas, desde su miedo a ser inútil para la sociedad hasta su preocupación por las circunstancias de su futura muerte -siendo éste precisamente el segmento acompañado por todo tipo de formas geométricas.

En cuanto a las historias principales, la primera de ellas está protagonizada por Eric, un chico tímido obsesionado con los insectos que, durante su época universitaria, conoce a la primera mujer de su vida, Laura, quien comenzará siendo la mujer de sus sueños pero acabará convirtiéndose en una presencia autoritaria y posesiva: ¿tendrá algo que ver con aquel insecto que se escapó de un bote de cristal cuando era pequeño y con los ruidos que, desde entonces, Eric ha escuchado detrás del cabecero de su cama? Narrado a través de la animación 3D y utilizando sabiamente los planos secuencia, el cortometraje de Charles Burns juega no solo con el miedo a los insectos o a la invasión de nuestro propio cuerpo, sino también con las ansiedades típicas que sobrevuelan casi cualquier relación de pareja: la dependencia, los celos, el tener o no tener hijos, etc. La segunda historia, por su parte, está ambientada en Japón y narra la historia de Sumako, una niña hospitalizada y forzada a soñar mediante la inyección de una misteriosa sustancia: se ve a sí misma yendo a un colegio donde es maltratada por sus compañeros y donde conoce la leyenda maldita de un samurái; ¿pero son solo pesadillas o tienen mucho que ver con un asesinato relacionado con la familia de Sumako? Utilizando la animación en ‘flash’ -tan de moda en los últimos tiempos gracias a los juegos online-, el cortometraje de Marie Caillou es el más imaginativo y demencial de todo el conjunto, ofreciendo al espectador un buen puñado de momentos chocantes y enfermizos, dignos de cualquier pesadilla. La tercera historia es quizás la más decepcionante de todas: centrado en los misteriosos acontecimientos ocurridos durante un verano de juventud -y seguramente inspirado en los paisajes urbanos del pintor italiano Giorgio de Chirico-, el cortometraje de Lorenzo Mattotti se limita a crear una atmósfera bella pero inquietante.

Peur(s) du noir (2007)

La última historia, a cargo de Richard McGuire -parte del departamento artístico de la aclamada Up (2009)-, es la ‘joya de la corona’ y de hecho una de sus imágenes fue parte indispensable del material publicitario de la película. Creado a partir de dibujos a mano y técnicas 3D, el cortometraje carece por completo de diálogos pero está repleto de efectos de sonido, los cuales ayudan a reforzar una clásica historia de fantasmas y casas encantadas que encuentra su mejor arma en el magistral uso del blanco y negro: un hombre fornido, calvo y con bigote -todo lo contrario al protagonista arquetípico de este tipo de historias, al menos en el séptimo arte- entra en una casa para refugiarse de una tormenta de nieve, pero lo que parece una simple casa abandonada se convierte con el paso de los minutos en un entorno de pesadilla y habitado por una enigmática presencia femenina. Es también el segmento más emparentado con el clásico relato de terror gótico: el visitante se dedica a investigar por los rincones de la siniestra vivienda; descansa junto al fuego del hogar mientras degusta un vaso de vino y ojea un álbum de fotos antiguas; sueña que alguien le ataca por detrás del sillón donde está durmiendo -como si se tratara del cuento de Cortázar ‘Continuidad de los parques’-; etc. Solo ya por el planteamiento estético de este cortometraje merece la pena acercarse a Peur(s) du noir (2007), cuyo punto álgido son precisamente las escenas en que el protagonista de esta última historia ilumina los rincones de la casa con la tímida luz de una vela: el negro se apodera entonces de la pantalla y los espectadores se ven forzados a imaginar lo que sucede en pantalla ayudados solo por unas pocas líneas o formas de color blanco.