domingo, 25 de octubre de 2015

La cumbre escarlata



Debo confesar que, hasta ahora, no he llegado a emocionarme con casi ningún trabajo de Guillermo del Toro: me fascina su imaginería visual –su faceta creativa más alabada, y con razón–, su pasión por el cine fantástico –en toda su amplitud temática y estética–, la originalidad de sus propuestas, su confeso amor por los monstruos y el esfuerzo que pone en planificar, levantar y desarrollar cada uno de sus proyectos artísticos; pero, al mismo tiempo, acostumbro a no conectar con los personajes de sus películas y el desarrollo dramático de sus historias –el factor que, personalmente, me lleva a revisar mis películas favoritas una y otra vez– me suele resultar forzado o poco inspirado.
Curiosamente, hace dos años me lo pasé en grande cuando vi Pacific Rim (2013) en el cine: los personajes –con algunas excepciones– y el desarrollo de los acontecimientos no me entusiasmaron, ni tampoco el aluvión de secuencias nocturnas –un recurso al que suele recurrir buena parte del ‘cine-espectáculo’ contemporáneo–, pero su efectivo planteamiento –un sueño infantil hecho realidad–, sus poderosas escenas de acción y, sobre todo, la banda sonora de Ramin Djawadi, me llevaron a aplaudir –literalmente– en más de una ocasión; el segundo visionado, ya en formato doméstico, no fue tan memorable, pero quizás porque el film fue concebido para verse en pantalla grande.

Pacific Rim (Guillermo del Toro, 2013)

La semana pasada llegó a la cartelera La cumbre escarlata (2015), el último trabajo del cineasta, y debo confesar que lo he disfrutado durante casi todo su metraje. Gótica hasta la extenuación, hermosa hasta decir basta y con una partitura a cargo de Fernando Velázquez que, sin tener temas memorables, resulta de lo más funcional a la hora de meter al espectador de lleno en la trama, la película me volvió sin embargo a chirriar en su tramo final –sobre todo en lo que se refiere a las decisiones y comportamientos de casi todos sus personajes– y algunas decisiones estéticas no me han convencido –esas presencias fantasmales tan deudoras de Mamá (2013), producida por el propio Del Toro.
Pero a pesar de estas últimas reticencias, creo que mi balance personal es positivo: en este sentido, la escalofriante presencia de Jessica Chastain –fue ella, y no los ‘ruidosos’ fantasmas, quien logró ponerme los pelos de punta en más de una ocasión–, el asombroso diseño de producción –obsesionado por la belleza implícita en toda decadencia– y la siempre bienvenida posibilidad de disfrutar con una historia protagonizada por un personaje femenino –en mi opinión, uno de los más habituales alicientes del cine fantástico y de terror– me parecen motivos suficientes como para recomendar su visionado. 

La cumbre escarlata (Guillermo del Toro, 2015)

Publicado en La Voz de Almería (23-10-15)

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