sábado, 16 de abril de 2016

Anécdotas de cine (II)
















Padres y madres que parecen no saber a qué película acuden con sus hijos, o que justifican el mal comportamiento de estos últimos en las salas de cine; personas adictas al whatsapp que rompen la sensación de oscuridad propia de la gran pantalla, o que no están tan interesadas en la película como en mantener una conversación con alguno de sus acompañantes; etc. Fueron algunas de las situaciones tratadas en esta columna hace unas semanas, bajo el epígrafe ‘Anécdotas de cine’; entonces dejé caer la posibilidad de redactar una segunda entrega, y aquí estamos de nuevo… ¡Material tenemos de sobra!

En la reseña dedicada a Deadpool (2016) comentaba que algún día tendríamos que hablar largo y tendido sobre el asunto de las ‘primeras filas’ en las salas de cine. Personalmente, lo más cerca que he estado de la pantalla fue durante una proyección de Soy leyenda (2007): tuvimos que sentarnos en cuarta fila, y si a la ubicación le añadimos que la cinta no me gustó demasiado, y que en la misma sala había una persona con ¡un bebé!, me creerán si les digo que fue una experiencia ‘inolvidable’. Casi tanto como ver K-19: The Widowmaker (2002) en una butaca situada en el lateral de la sala y con una columna en medio, la cual obligaba a torcer el cuello para ‘disfrutar’ de la película…  

Soy leyenda (2007) 

Cambiando de tema: no hace falta comprar una entrada para una película de terror para que te den un susto en el cine. Pónganse en situación: proyección de Nadie conoce a nadie (1999) en una sala madrileña; a mitad de la película, las luces se encienden mientras un hombre con una expresión bastante seria, de pie y en la primera fila, mira a los espectadores sin decir una palabra: yo ya me temía lo peor, y no respiré tranquilo hasta que nos dijeron que había un problema con el sonido y que debían realizar unos ajustes… Algo más lúdica fue la interrupción que viví durante una sesión de cine de verano en las míticas Terrazas de Aguadulce -ahora no recuerdo en qué año o durante qué película-, debido al caos sonoro provocado por los fuegos artificiales de la Feria.

Para terminar, otra de esas situaciones incómodas entre espectadores. En la primera entrega comentaba que las ‘anécdotas’ acechan al cinéfilo tanto en un centro comercial como en un festival de cine; en este sentido, no puedo dejar de señalar aquella ocasión en que, durante la proyección de Capitán Harlock (2013) en el Festival de Sitges, tuve que pedir silencio a una pareja que llevaba media hora hablando en voz alta. La estampa fue curiosa: todos con gafas de 3-D; al fondo, la película con subtítulos en italiano, inglés y castellano; y, para colmo, la película no es que me estuviera apasionando… 

Capitán Harlock (2013)

Publicado en La Voz de Almería (15-4-16)

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