Hace siete días abríamos esta
columna con The Big C, la serie de
Showtime sobre una mujer de cuarenta años a la que diagnostican un cáncer de
piel; y hoy volvemos a hacerlo. Y es que es algo cíclico, peros siempre me
vuelvo a sorprender -para bien- cuando encuentro esa producción televisiva que
me llega al alma y que tengo la necesidad de ver en el menor tiempo posible.
Durante las últimas semanas las aventuras y desventuras de Cathy -enorme
Linney- y sus seres queridos me han acompañado casi a todas horas, haciéndome
llorar y reír a partes iguales. Aunque me quedan por ver los últimos siete
capítulos, así que en siete días volvemos a hablar.
Buena culpa de que aún no haya
terminado The Big C la tiene la
primera temporada de una serie de animación japonesa: la exitosa Assassination Classroom. ¿Motivos? Un
humor de los que me hacen reír a carcajadas -obviando quizás aquellos gags
centrados en la objetivación del cuerpo femenino, esa gran obsesión de buena
parte del entretenimiento japonés- y una premisa argumental de las que hay que
ver para creer: un extraterrestre amenaza con destruir nuestro planeta, pero al
mismo tiempo se ofrece para ser el profesor de un grupo de alumnos y alumnas
cuyo objetivo será… asesinarle. Y como guinda, unos openings de lo más originales.
Pasemos al cine… En lo que va
camino de convertirse en una tradición de esta columna, me toca rescatar una
película de terror más o menos reciente que, en su momento -2009-, fue
vapuleada por parte de crítica y público. Me refiero a La semilla del mal (The Unborn), dirigida y escrita por un David
Goyer que por entonces disfrutaba del prestigio que le proporcionaba haber
participado en los guiones de la nueva saga del Caballero Oscuro. No diré que
me pareciera buena: ¡más bien todo lo contrario!; pero sí que la encontré
entretenida -que hoy en día no es poco- y con un buen número de detalles a
rescatar por los aficionados al género.
PD. Tenía otro tema pensado para
cerrar el texto de hoy, pero ayer muy temprano por la mañana, mientras sonaba
en la radio la repetición de un programa deportivo nocturno retransmitido la
noche anterior -una fórmula poco innovadora, pero muy barata-, escuché a los
presentadores comentar la última película de Tom Cruise, Barry Seal: El Traficante. En concreto, aseguraban que había sido
durante su rodaje cuando el actor había tenido su famoso accidente. Me gustaría
explayarme más, pero solo apuntaré lo siguiente: aunque un profesional de la
comunicación no sea experto en el séptimo arte, ¿cómo puede pensar que un film
puede llegar a las salas solo unas semanas después de su rodaje -en este caso,
además, cancelado-?
Publicado en La Voz de Almería (29-9-2017)
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