sábado, 28 de abril de 2018

Vengadores, Shyamalan y más















Ya está aquí uno de los blockbusters del año, Vengadores: Infinity War, que se ha vendido como la culminación de diez años de Universo Cinematográfico Marvel. Reconozco que he visto todas y cada una de las películas en pantalla grande, empezando por Iron Man en los Cines Yelmo de Roquetas de Mar. Algunas me han encantado -Capitán América: el Soldado de Invierno-, otras me han parecido entretenimientos de gran calibre -Capitán América: El primer vengador, Los Vengadores, Black Panther, Guardianes de la Galaxia-, algunas me resultaron totalmente olvidables -Iron Man 2, El Increíble Hulk, Thor- y en ciertas ocasiones me dieron ganas de salirme del cine -Doctor Strange, Guardianes de la Galaxia 2-  En cualquier caso, y al margen de la calidad cinematográfica de cada entrega, no cabe duda de que, para bien o para mal, han rediseñado el cine de la última década. El próximo viernes... hablaremos de Vengadores 3.  

¡Aviso! Este segundo párrafo contiene -y aunque quizás no sean necesarios, nunca está de más curarse en salud- spoilers de la última película M. Night Shyamalan, Múltiple. Y es que a principios del año que viene llegará otro crossover ligado al 'cine de superhéroes': Glass, la culminación de la particular trilogía iniciada ¡en 2000! con El protegido y continuada gracias a la cinta protagonizada por James McAvoy; que el actor escocés no obtuviera ni siquiera una nominación al Mejor Actor fue una auténtica sorpresa, pero no mayor que la que guardaba su última escena: un cameo de Bruce Willis retomando su papel de David Dunn -pocas veces me he emocionado tanto en una sala de cine durante los últimos años-. Shyamalan y el reparto de Glass -incluida Sarah Paulson- han presentado las primeras imágenes y el argumento de la película durante una convención cinematográfica y la cosa no puede tener mejor pinta.

PD. Tiene poco que ver, pero nada más finalizar el último capítulo de Kantaro: el empleado goloso, no pude dejar de imaginarme a este amante de los dulces en una aventura conjunta -a lo 'Vengadores'- con el simpático jubilado de Samurai Gourmet y el enigmático dueño del restaurante en el que tienen lugar las historias de Midnight Dinner: Tokyo Stories. Tres series niponas recientes y con importantes diferencias -dinámicas, atmósferas, tipos de platos-, pero con un gran nexo en común: lo relajantes, absorbentes, didácticas y adictivas que resultan todas sus escenas gastronómicas -algo que, personalmente, ya me ocurría con los tramos del videojuego Catherine, también japonés, ambientados en el pub al que acude el protagonista-. Ahora solo me queda encontrar alguna serie de corte similar... ¡seguiremos informando!

Publicado en La Voz de Almería (27-4-18)

sábado, 21 de abril de 2018

Nostalgias varias


















Nostalgia cinéfila. Uno de los detalles más comentados a raíz del reciente estreno de Ready Player One ha sido su homenaje a una de las cintas de terror más emblemáticas del siglo XX: El resplandor (1980). Confieso que el último trabajo de Steven Spielberg no me ha atraído tanto como para verlo en cines, pero esta referencia metacinematográfica al largometraje de Kubrick me ha traído a la memoria la primera vez que vi Twister (1996), en la mítica Sala 4 de los Cines Imperial de la capital: me refiero al momento en que se nos muestra un autocine en el que se está proyectando la película en cuestión. La escena dura poco más de tres minutos, pero nunca olvidaré la forma de introducir dicho homenaje: durante los primeros segundos parece que ha habido un error y se ha colado metraje del film protagonizado por Jack Nicholson, y no es hasta que la cámara retrocede y deja ver el autocine, cuando nos damos cuenta del engaño. 

Nostalgia televisiva. Una de las protagonistas de Twister -ya he perdido la cuenta de las veces que el film de Jan de Bont ha aparecido en esta columna-, Helen Hunt, encabezaba por entonces, junto a Paul Reiser -ahora de nuevo en alza tras su aparición en Stranger Things-, una popular sitcom estadounidense que llegó a tener hasta siete temporadas: Loco por ti. Y si la traigo a colación es porque se trata de la última comedia televisiva de éxito que, habiendo terminado su emisión hace una, dos o incluso tres décadas, anuncia su regreso a la parrilla. ¿Ejemplos? Padres forzosos -en este caso en forma de spin-off-, Rosseanne, Will & Grace... Todo esto me ha recordado la época en la que se rumoreaba con fuerza la posibilidad de una película de Friends o el original planteamiento escogido por Larry David y Cía para dar continuidad a Seinfeld -convirtiendo el regreso de la serie en una subtrama de Curb Your Enthusiasm

Nostagia amorosa. Un tipo de nostalgia bien diferente es la que siente Tommy Albright, el personaje interpretado por Gene Kelly, durante el epílogo de Brigadoon (1954) -el tercer y último musical que el astro rodó a las órdenes de Vincente Minnelli-: hastiado de su ajetreada vida en la gran ciudad y sin poder quitarse de la cabeza a la mujer de la que está enamorado, vuelve a Escocia en busca de un pueblo que parece haberse esfumado del mapa... Hace unos días revisamos la película en casa y, a pesar de seguir emocionándome con su desenlace, noté algo que suelo asociar más al cine de acción: eché de menos al protagonista cuando no estaba en pantalla. Me pasa igual durante las escenas de Muerte súbita en las que no aparece Van Damme, o con Bruce Willis en el último tramo de Mercury Rising -monopolizado por Alec Baldwin... 

Publicado en La Voz de Almería (20-4-18)

domingo, 15 de abril de 2018

Policías, gurús y juicios














El tiempo libre de la semana pasada lo dediqué, como de costumbre, a visionar tanto películas -entre ellas la polémica Elle, la simpática Grabbers o la ochentera Blue Steel, comentada aquí hace siete días- como series -por fin terminé la tercera temporada de Rick and Morty-, pero sobre a un género que no suelo visitar demasiado a menudo últimamente: los documentales; aunque en este caso fueran, técnicamente, 'series' documentales. 

Flint Town. Poco más de cien policías para una ciudad estadounidense de 100.000 habitantes, recién salida de un escándalo medioambiental y habitual en la lista de poblaciones más violentas. Ese es el planteamiento de esta producción que, a lo largo de ocho capítulos, intenta mostrar con todo lujo de detalles el microcosmos de la comisaría de Flint. Asistimos a turnos de noche, redadas, arrestos y demás actividades policiales, pero también a conversaciones íntimas, escenas caseras y momentos familiares. Rodada y editada como una película de alto presupuesto, y tan adictiva como la mejor serie 'de profesiones' -¿Urgencias?-, se podrá decir de Flint Town que es algo efectista, pero no se podrá negar que es tremendamente efectiva. 

Wild Wild Country. Un gurú de la India decide fundar una comuna en EEUU: eso es todo lo que sabía sobre esta serie -vendida con frases del estilo 'hay que verla para creerla'- y es quizás todo lo que hay que saber sobre ella para disfrutarla al máximo. Dotada de un gran apartado técnico, una banda sonora prodigiosa, un archivo audiovisual absolutamente descomunal -no quiero imaginarme el tiempo para seleccionar todo el material mostrado- y multitud de entrevistas a personas implicadas en los hechos, la serie tiene su verdadero punto fuerte, sin embargo, en una historia tan rocanbolesca y sorprendente que, cada cinco o diez minutos, es capaz de desencajar la mandíbula del espectador: en mi caso, al menos, lo consiguió. 

Making a Murderer. La historia de Steven Avery -arrestado por asesinato poco después de salir de la cárcel, tras pasar allí casi dos décadas por un crimen que, según el ADN, no cometió- fue la primera serie documental de gran éxito lanzada por Netflix y sin ella quizás no existirían todas las que vinieron después. Aunque carece de los recursos cinematográficos de los que hacen gala las dos anteriores propuestas, ello no la hace menos valiosa. Los temas musicales de Gustavo Santaolalla -en la línea de su obra maestra, la BSO del videojuego The Last of Us-, los endiablados entresijos de la historia y las absorbentes escenas judiciales -a veces de larga duración- hacen de ella una serie triste y dura, pero también adictiva e  imprescindible. 

Publicado en La Voz de Almería (13-4-2018) 

sábado, 7 de abril de 2018

Regreso al videoclub


Hace unos días tuve la suerte de visitar de nuevo -no lo había hecho desde su última y palpable renovación- el local de Aguadulce que más veces he frecuentado a lo largo de los últimos más de veinte años: el mítico videoclub 'Koki', tantas veces nombrado en esta columna -e incluso en la dedicatoria de alguno de mis libros-. Allí alquilé mi primer VHS -quizás Jungla de cristal III: la Venganza-, mi primer DVD -Windtalkers- y alguno de mis primeros Blu-ray -que paradójicamente no recuerdo-. ¿Anécdotas? Tendría para varios párrafos. Basta decir que el nº de socio de nuestra familia ¡es el 2!... Siempre me acordaré, por ejemplo, de cuando alquilamos por enésima vez El fugitivo -que yo ya había visto en una de las salas pequeñas de los Cines Imperial-: Antonio nos avisó de ello y le dijimos que éramos conscientes... O de cuando nos permitieron devolver DragonHeart sin haberla visto y cogerla al día siguiente. 

Antonio es hijo de Koki y quien lleva la siempre estupenda 'programación' del videoclub -últimos estrenos, animes, series...-. Con él estuvimos un buen rato hablando sobre todo tipo de temas: cine, televisión, VOD, piratería ¡e incluso política! Compartimos nuestra decepción con lo último de Alex Garland -personalmente, Aniquilación me aburrió hasta la médula-, debatimos sobre el binomio películas/series o sobre las carencias de plataformas como Netflix, Movistar+ o Amazon Video. En esta última tuve hace poco, precisamente, mi última 'sorpresa': me disponía a ver Blue Steel, un thriller con Jamie Lee Curtis y dirigido por Kathryn Bigelow que llevaba años queriendo ver, y comprobé que, para variar, no incluía subtítulos ni idioma original... Al final, por unas razones u otras, lo de menos fue la película a alquilar: La cordillera, protagonizada por Ricardo Darín; a mí me gustó -sin volverme loco- y en casa debatimos sobre la ambigüedad del desenlace e incluso de la propuesta en su conjunto.

Cada vez que leo algún artículo sobre la desaparición de otro videoclub en nuestro país -a lo largo de la última década han pasado de ser casi 10000 a menos de 500-, me acuerdo inmediatamente de 'Koki' y me alegro de que en mi familia sigamos alquilando y siendo el socio nº 2. De hecho, mucha gente se sorprende cuando hablo sobre su existencia, y diría que hay quienes piensan que los videoclubs desaparecieron por completo del territorio español. PD.: Antonio me dijo que estas últimas vacaciones de Semana Santa mucha gente que había vuelto a Aguadulce a pasar unos días le confesó cuánto echaban de menos un sitio así donde estaban viviendo actualmente; y yo le comenté que me pasaba exactamente lo mismo...   

Publicado en La Voz de Almería (06-04-18)